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Democracia y poder según Maquiavelo

¿Cómo se expresa la corrupción en una democracia?

Democracia y poder según Maquiavelo



Profesoras: Mariana Duhalde y Vanina Paviolo

Alumno: Tao Burga Montoya

Materia: Filosofía y Política

Colegio San Pablo

Fecha de entrega: 02/09/2019




«El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente»

(Acton, 300)


Introducción

Sería ingenuo hablar del poder como la práctica de unos pocos. Por el contrario, la realidad es que en todos y cada uno de nuestros vínculos sociales se encuentra implícita una relación de poder, y aunque hay varios parámetros con los que medirla (dominancia y sumisión, extraversión o introversión, amenaza tácita, jerarquía familiar, etc.), no hay forma de hacerla desaparecer. Sería iluso también asumir la existencia de una sola forma de poder, o una sola forma de manifestarla: desde el poder opresivo de los déspotas y dictadores al poder normalizador del día a día. Sin embargo, concentraré el foco de este ensayo argumentativo en el poder político y su inherente vínculo con la democracia moderna, pero no incluiré una descripción de la democracia ni su progreso a lo largo de la historia a menos que sea conveniente para ilustrar mis argumentos, porque esos datos se pueden encontrar en segundos teniendo una computadora, y no es mi intención destacar lo obvio ni repetir de manera poco remarcable la información de Wikipedia.


La ventaja de la democracia

Para comenzar, sí creo importante introducir a uno de los más grandes e influyentes pensadores y politólogos de la historia: Nicolás Maquiavelo. Nacido en Italia donde permaneció la mayor parte de su vida, este prolífico autor renacentista escribió extensamente sobre los métodos de obtención y consolidación del poder en su libro más controversial titulado «El Príncipe». Según él, la política es el campo de batalla donde se encuentran los gobernadores en el sentido más amplio de la palabra. Para el autor, el objetivo del gobernante (o en sus palabras, el príncipe) no es estrictamente la persecución del bien común ni la búsqueda de ideales moralistas, sino la obtención de poder mediante cualquier método necesario. De hecho, a él se le atribuye la frase «el fin justifica los medios[1]», lema que se escucha siempre como un eco de su prosa.

Pero si el objetivo de los políticos es invariablemente la obtención de poder, ¿cómo se explica la prevalencia de las democracias en gran parte del mundo occidental moderno? No hace falta indagar demasiado e intentar buscar una falla en las ideas propuestas por Maquiavelo para llegar a la conclusión de que incluso siendo las democracias organizaciones poco aprovechables para aquellos que desean controlar y subyugar a la población de la que son responsables, estas estructuras gubernamentales encierran una gran ventaja: la ilusión de la libertad. ¿Cuántas veces nos han dicho que en realidad son los funcionarios estatales y los presidentes los que están bajo nuestro mando? Como si no hubiera una forma más ilusoria de representar nuestra relación con la autoridad, ¡defienden que somos nosotros los que tenemos el control! ¿Nosotros quiénes? Porque en una democracia prevalece el poder masivo, el que controla la muchedumbre, la mayoría, pero esto no quiere decir que se prioricen los individuos y simplemente se los agrupe como entidades que mantienen ideales similares, sino que es en estas agrupaciones –y más específicamente en un escenario de polarización política–, en las que el individuo debe transformarse para formar parte de «su grupo». En otras palabras, «[El individuo] ya no es él mismo, sino que se ha convertido en un autómata que ha dejado de ser guiado por su propia voluntad» (Le Bon, 76).

Volviendo al argumento inicial, esta ilusión de la libertad que con tantas ganas el vocero de la democracia ignora, es la que nos conduce a creer que estamos en control. Es el elemento que le faltaba a la monarquía de Luis XVI, y que acabó condenándolo a la guillotina, esa esperanza, ese deseo de ver las ideas propias representadas por el gobernante, este príncipe del cual Maquiavelo nos advirtió indirectamente[2]. La idea de la democracia sobrevivió no solamente por sus resultados sino por el dulce recuerdo de la esperanza y la capacidad de cambio, porque este sistema –a diferencia de las dictaduras– no dice «todos deberán obedecer lo que el líder quiera hasta que el líder no esté más», en contraste, dice «todos deberán obedecer lo que el líder y otros influyentes quieran, pero el líder se irá pronto, y entonces tendrán la oportunidad de ejercer su voluntad, su voto, su minúscula parte del poder que mueve nuestra nación, y entonces… ¡quién sabe!, quizás seamos nosotros los que debamos aguantar a tu líder y sus leyes». Y como si fuera el monarca con temor a ser decapitado, este líder temporal comparte su poder con otros funcionarios del estado, diputados, senadores y con otras personas influyentes: los ceos, los líderes de opinión, la corrupta policía y otros gobiernos interesados. Todos subiendo y bajando escaleras en la jerarquía social, todos quieren un pedazo de la torta que nunca podrán tener, todos persiguiendo como perros sus colas y besándole los pies a este fin supremo, este Dios moderno, este objetivo al que apuntan inexorablemente a pesar de las consecuencias: la expresión absoluta del poder.

Sin embargo, cabe aclarar que no creo que las naciones democráticas sean tan reprensibles éticamente como las despóticas, y claramente la flexibilidad política que caracteriza a una buena democracia es una clara señal de progreso y más aún comparadas con sus contemporáneas contrapartes: la dictadura China que hace un vano intento de parecer democrática frente al escrutinio de las Naciones Unidas[3]; Venezuela, cuya corrupción –característica de cualquier gobierno populista– hace que sería un insulto a mi intelecto llamarla democracia[4]; y Corea del Norte, el cuarto estado más corrupto del mundo[5], donde el crimen de pensamiento es aún uno de los mayores crímenes.

¿Pero por qué medios consiguen los príncipes maquiavélicos el poder que tanta atracción les causan en un sistema aparentemente creado para limitar la avaricia de los hombres? La respuesta, según creo, reside en las ideas de algunos pensadores de la Grecia antigua: «el verdadero destructor de las libertades del pueblo es aquél que reparte regalos, donaciones y beneficios» (Plutarco). «Las polis degeneran en democracias y las democracias degeneran en despotismos» (Aristóteles)[6].

En definitiva, la democracia puede convertirse tiránica de dos maneras: en la primera, el líder sigue las reglas del juego e intenta ganarse el voto de la mayoría demagógicamente o por alguna forma de fraude (como fue el caso de Venezuela). En la segunda manera, el líder progresivamente reduce la cantidad de personas con las que comparte el poder de decisión y, por medio de censura o represión violenta, impide que se formen oposiciones robustas que puedan competir con el gobierno vigente, el cual, como medida final (y sin oposición alguna), acaba anulando efectivamente las elecciones venideras.

Pero entonces, ¿debemos simplemente confiar en que el próximo líder no pondrá en peligro el futuro de la nación por medio de regalos y beneficios como todo populista sediento de poder? ¿Debemos simplemente confiar en que el próximo líder no utilizará su efímero poder para aplicar las censuras y represiones correspondientes para consolidar su reinado?


El estilo maquiavélico

A menudo el estilo de escritura disfemística que presenta el autor puede parecernos crudo. Su incitación a la guerra con países vecinos o la opresión de minorías religiosas son solo algunos de los consejos que él les da a los príncipes que lean su libro. Por ejemplo, el autor escribe: «Es fácil convencer a las personas de algo, pero es difícil mantenerlas convencidas. Así que cuando dejen de creer en usted, usted debe estar en una posición para obligarlos a creer» (Maquiavelo, 23) También, la famosa frase más pertinente para este ensayo: «La política no tiene relación con la moral» (Maquiavelo, 134)

Pero un error común que a mi parecer es compartido por muchos de los críticos del autor, es asumir que sus escritos hoy tienen el potencial de causar grandes daños a la organización sociopolítica de la sociedad. En un nivel de análisis superficial, este puede parecer el caso, pero la realidad es que, como George Orwell –con «1984» y «Rebelión en la Granja»–, Aleksander Solzhenitsyn –con «Archipiélago Gulag»– y muchos otros visionarios autores del siglo XX, Maquiavelo fue de los primeros hombres en actuar como canarios en las minas, detectando el peligro antes que el resto. La única razón por la que (a diferencia de los otros dos autores) Maquiavelo no es celebrado por sus obras sobre política es que él actúa como canario sin querer serlo. Hasta donde sabemos, nunca fue su intención, por el contrario, se supone que ese libro fue escrito para Lorenzo II de Médici, como una forma de demostrar su competencia como asesor y diplomático y ganarse un puesto político. Alternativamente, se podría decir que, a diferencia de ficción, su libro realmente era un manual para un desastre totalitario, por lo que hay una cierta justificación para el rechazo de muchos lectores hacia su obra. No obstante, «Si las verdades políticas planteadas o aproximadas por Maquiavelo fueran ampliamente conocidas por los hombres, el éxito de las tiranías y otras formas de gobiernos opresivos se tornaría menos habitual. Una libertad más profunda sería posible en la sociedad que el mismo Maquiavelo creía alcanzable» (James Burnham, 98)

De hecho, el mismo Maquiavelo comentó sobre su uso disfemístico del lenguaje y sus ideas controversiales cuando escribió «Me parece más apropiado describir la realidad de la cuestión y no repetir las fantasías de otras personas. Muchos escritores han descrito repúblicas y principados que jamás se han visto en la realidad, porque existe una gran brecha entre cómo uno vive y cómo uno debería vivir […] si siempre quieres ser la buena persona en un mundo en el que la mayoría no son buenos, acabarás mal» (Maquiavelo, 60)

En este sentido, uno puede llegar a apreciar desde una nueva perspectiva los análisis políticos del autor, como si fuera la segunda versión de «El Arte de la Guerra» de Sun Tzu, o la versión adaptada a la sociedad moderna… en este sentido, el adjetivo «maquiavélico» puede ser tomado para describir no solamente la difusa línea entre el bien y el mal, o lo aceptable y lo inaceptable; sino que puede ser incorporado como una medida de la verdad. Alguien maquiavélico, quizás (de acuerdo a esta nueva definición), no deba ser un psicópata, como comúnmente se utiliza la expresión; sino alguien cuyo carácter es apropiado para las circunstancias: alguien que, a pesar de buscar siempre su provecho, lo hace porque llegó a la realización de que es así como debe actuar no por alguna guía moral a menudo arbitraria, sino porque de no hacerlo el resto de las personas (que se rigen por como es la realidad y no por como debería ser) lo pasarán por encima. Asimismo, para conseguir respeto, especialmente siendo una importante figura política de la época de Maquiavelo, el consejo que él daba no parece absurdo en absoluto: «Ya que el amor y el miedo difícilmente pueden convivir, es mucho más seguro ser temido que ser amado […] ya que los hombres ofenden antes al que aman que al que temen, ya que la gratitud se olvida en el momento en el que es inconveniente; pero el miedo significa miedo a ser castigado, y eso es algo que la gente nunca olvida» (Maquiavelo, 66).


La democracia imperfecta

La razón por la que me empeñé en detallar algunas de las ideas propuestas por Maquiavelo es que para analizar a la democracia y sus evidentes falencias uno debe estar familiarizado con las motivaciones reales de los políticos (o la interpretación que haría él de sus intenciones). Claro está, cuando me refiero a los políticos hablo de una cierta gama de personas que no incluye a todos, ni mucho menos, pero sí creo que entre las personas que ansían en poder y sus posibilidades una gran parte de ellos buscará un lugar en la política, ya que en el mundo moderno las leyes rigen los estados, éstas se volvieron las nuevas reglas del juego, y quien controla las reglas controla el juego en sí mismo.

No sería realista pedir de una construcción social humana un resultado perfecto, ni juzgar a ningún sistema político en contraste con nuestros inalcanzables ideales; pero tampoco creo que deberíamos idealizar a nuestro sistema electoral, ni cerrarnos a nuevas posibilidades, ni asumir que esto es lo mejor que podemos lograr como ciudadanos: la posibilidad de participar acaso ínfimamente en el proceso electoral, cosa que no resuelve el conflicto perenne que crean los políticos ambiciosos en busca del poder, ni mucho menos resuelve los juegos de poder que para Maquiavelo constituían la esencia de la política. ¿No sería evidente para Maquiavelo el hecho de que quienquiera que busque poder en una democracia deberá hacerlo ganándose el voto popular?, ¿No son entonces los populistas y demagogos los hombres y mujeres que, frente a unas reglas de juego inherentemente falibles, adoptan una posición maquiavélica? En este sentido, no serían estas personas los bienhechores de la humanidad, los benefactores del pueblo, los impulsores y protectores de la infortunada clase baja; sino que serían los que entienden que si quieren llegar al poder, mantener su poder y expandir su poder, deberán usar las fallas del sistema a su favor, y de paso (¿por qué no?) vilipendiar al resto de sus competidores, a los que no muestran el mismo aparentemente desinteresado amor por los más necesitados, ¡qué sutileza! Empero, no sería quizás América Latina la región pobre y caótica que es ahora si hubiese sido educada con las enseñanzas de Aristóteles y de Plutarco; si no hubiese sucumbido ante el romántico grito de guerra de los bolcheviques y el llamado al orden de los dictadores, los demagogos y opersores; si alguien le hubiera dicho con total franqueza las tácticas que utilizarán los políticos corruptos para hacerse con el poder… si tan solo hubiera existido un nuevo Maquiavelo, otro canario esta mina de oro, que no se vea tentado por la posibilidad de recompensas y poder y pueda exponer con total disfemismo el engaño de los poderosos, porque acaso sea la perpetuación de la pobreza el motivo de permanencia de los demagogos, ese lobo en piel de oveja. «El poder no es un medio, es un fin. Uno no establece una dictadura para salvaguardar una revolución; uno hace la revolución para establecer la dictadura. El objetivo de la persecución es la persecución. El objetivo de la opresión es la opresión. El objetivo del poder es el poder» (Orwell, 1948)


C’est la vie

Por último, quiero decir que es fácil idealizar el mundo y proponer una sociedad en la que el poder no es deseado, donde la riqueza se comparte o donde no hay fronteras. Pero si bien esto puede ser entretenido para los filósofos y librepensadores revolucionarios, necesitamos un cable maquiavélico (de nuevo, en el sentido pragmatista de describir lo que es en lugar de lo que debería ser) que una vez más nos baje a tierra; porque todos los animales sociales, incluso aquellos con estructuras eusociales, tienen cierto nivel de jerarquización en sus grupos, y en una jerarquía las personas no gozan de la misma cantidad de poder por definición, y, quizás, así es como deba ser, sin importar el hecho de que invariablemente así es, ya que «el poder es el mero vehículo de la voluntad del hombre» (Hubleimann, 9)





Bibliografía:

- Maquiavelo, Nicolás: «El Príncipe» (Versión Kindle) – Penguin Pocket Hardbacks (2011)

- Hubleimann, Oathic: «Poder» – Publicación Imaginaria Editorial (2018)

- Le Bon, Gustave: «La Muchedumbre: Un Estudio de la Mente Popular» (1935)

- Franz, Carlos: «Necesidad de Orwell» – Cervantesvirtual.com

- Hill, Roland: «Lord Acton» Versión Ilustrada – Yale University Press (2000)

- Burnham, James: «The Maquiavellians: Defenders of Freedom» (Versión PDF)

Recuperado de: The Machiavellians : defenders of freedom - VDARE.com

[1] Nadie sabe si fue él realmente quien la dijo por primera vez y no se puede derivar la evidencia de sus escritos, ya que muchos creen haberse perdido previos a su publicación y difusión.


[2] Este término se explicará más Adelante.


[3] Además, país que está introduciendo «centros de reeducación» para parte de su población musulmana, los Uigures, una comunidad que se ve amenazada ahora por las mismas fuerzas represoras que llevaron al asesinato de seis millones de judíos en campos de concentración. (tema en el que no indagaré en este escrito).


[4] Existen muchos otros ejemplos de gobiernos modernos dictatoriales, pero para mantener la simplicidad del texto y la relevancia de los casos me referiré únicamente a estos dos, y posteriormente a la dictadura de Corea del Norte.


[5] Excluyendo países de los cuales no hay mediciones. Recuperado de https://rpp.pe/mundo/actualidad/conoce-el-nuevo-ranking-de-los-paises-mas-y-menos-corruptos-del-mundo-noticia-1177767


[6] Recuperado de https://culturapolitica.net/23-frases-contra-la-democracia/

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