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La Tabaquería de Pessoa y la Crisis de Sentido

Nota del autor:

Recomiendo que lea "Tabaquería" de Fernando Pessoa antes de leer este ensayo.



Potencial


«He soñado más que lo que hizo Napoleón. He estrechado contra el pecho hipotético más humanidades que Cristo, he pensado en secreto filosofías que ningún Kant ha escrito. Pero soy, y quizá lo sea siempre, el de la buhardilla, aunque no viva en ella; seré siempre el que no ha nacido para eso; seré siempre el que tenía condiciones; seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta al pie de una pared sin puerta y cantó la canción del Infinito en un gallinero, y oyó la voz de Dios en un pozo tapado. ¿Creer en mí? No, ni en nada.» (Pessoa)


Si el rol del hombre pudiese reducirse a la manuteción de una familia… ¡Cuánto más fácil y honorable sería su trabajo! Otrora condenados a trabajar desde el amanecer hasta el anochecer, pero liberados por ese trabajo al mismo tiempo; liberados de la búsqueda de propósito o grandeza. Como Sísifo para Camus, uno podría pensar en el hombre de entonces como uno felíz, pues siente la verdadera libertad tras terminar un día y justo antes de empezar el próximo. Pero al hombre moderno no le fue concedida tal sublime sentencia. Él conoce una libertad mucho más prolongada, sí, pero menos verdadera. Él conoce el potencial, el hombre promedio de hoy tiene los recursos y el tiempo libre que sus tatarabuelos sólo podrían haber soñado… y sin embargo, ¿qué beneficios le trajo el potencial al hombre promedio? Porque el mundo de hoy está hecho para tan pocos… aquellos que consideramos verdaderamente remarcables, aquellos pocos que no resienten su posición actual, ni permanecen en perpetua reminisencia sobre sus malas decisiones o el tiempo perdido. «Si hubiera trabajado más duro, estudiado más horas, o conocido más gente, quizás no sería ahora tan mediocre». ¿Alguna vez imaginaron al “hombre promedio” teniendo éxito en algún gran propósito? Y si este está restringido a tal excruciante mediocridad, ¡es aún más absurdo pensar que la mitad de la población es aún más mediocre que él! Pero no se confunda, no hablo de la mediocridad o el hombre promedio como si alguien pudiera ser culpable de ser mediocre o promedio—por definición siempre habrá un hombre promedio, pero no hay ninguna razón para creer que este debería avergonzarse de serlo. La vergüenza de este hombre no aparece sino tras la decepción consigo mismo, ¡una decepción arraigada en fantasías! Esta idea conspicuamente moderna—que todos, con esfuerzo y dedicación, podemos llegar a ser como aquellos grandes hombres—es la fantasía que le trae al hombre el pesar de tener que soportarse como lo que podría haber sido, en vez de por lo que es.

No todos alcanzaremos la grandeza. No hay idea tan instintivamente obvia pero popularmente tabú. ¿Y a quién hiere negar esto? A nadie sino el hombre promedio, el hombre que se habría contentado con una vida ordinaria, sin aspiraciones a la fama ni los lujos, pero que ahora vive días sin descanso a causa de su subjetiva insuficiencia.

Sea por la razón que sea, la crisis de propósito es especialmente dura para los hombres, en Argentina más de cuatro hombres se suicidan por cada mujer[1]. El suicido por primera vez en la historia se vuelve la primera causa de muerte para los hombres menores de 50 años en algunos países desarrollados[2](¡y no es ninguna coincidencia que sean los países más prósperos, con mayores oportunidades para que las personas exploten su supuesto potencial!).


Promesa


«¡Come chocolatinas, pequeña, come chocolatinas! Mira que no hay más metafísica en el mundo que las chocolatinas, mira que todas las religiones no enseñan más que la confitería. ¡Come, pequeña sucia, come! ¡Ojalá comiese yo chocolatinas con la misma verdad con que comes! Pero yo pienso, y al quitarles la platilla, que es de papel de estaño, lo tiro todo al suelo, lo mismo que he tirado la vida.» (Pessoa)


Sería difícil imaginarse un mundo sin esta confitería. Quizás sean las chocolatinas que mantuvieron tanto tiempo el sentido de estar existiendo en los corazones de las personas. ¿Y qué si las doctrinas religiosas no son verdaderas? ¿No valdrían la pena sólo por el hecho de ser útiles? La creencia en el libre albedrío—combinada con mayores oportunidades y potencial—nos ha dejado con una terrible conciencia meritocrática, que no tiene nada que envidiarle a la idea más nefasta y perniciosa: el Karma.

El concepto es el mismo. Los pobres en dinero, éxito, intelecto, suerte, belleza, o cualquier otra característica no son simplemente desafortunados—ellos se lo merecen. Éstas son las mentiras que endurecieron corazones. Éstas son las mentiras que constituyen el axioma del desprecio hacia los desaventajados. Nietzsche aceptaba este concepto, cuando escribió «Los débiles y los fracasados deben perecer; esta es la primera proposición de nuestro amor por los hombres. Y hay que ayudarlos a perecer.

»¿Qué es más perjudicial que cualquier vicio?; la acción compasiva hacia los fracasados y los débiles: el cristianismo» (Nietzsche, 22)

¡Incluso si tuviera razón!, ¿acaso no necesitamos los fracasados y los débiles por naturaleza alguna reconfortante doctrina que nos haga saber que no somos menos humanos por no ser remarcables? Esta es la verdadera confitería. ¿Habría escrito Nietzsche estas palabras si no hubiera creído en el libre albedrío o la meritocracia?

El hombre de la tabaquería de Pessoa fue víctima del mismo cuento. Él—autodenominado fracasado—quisiera alimentarse de la confitería de las religiones, como la pequeña inocente. Pero él, que descubre que el brillante papel de estaño era una fachada, no puede comer los chocolates, y los tira como ha tirado su vida. Ya no puede regocijarse en creer que después de esta vida lo espera Nirvana, ni Jannah, ni ningún otro cielo o paraíso. Esto es todo lo que tiene. Esto es lo que el mundo le puede ofrecer en su única y probablemente irrepetible chance (y cuántas cosas que podría estar haciendo, o peor aún, ¡cuántas cosas podría haber hecho! Porque el mayor dolor no es el de no ser quien uno querría ser, si no el de poder haberlo sido pero decidir que los ideales eran sueños no dignos de hombres despiertos).

Quizás necesitamos a alguien que nos diga que no hay vergüenza en no haber triunfado, en no ser lo que creemos que podríamos haber sido. Alguien que nos recuerde que del mismo modo que algunos pocos triunfarían la gran mayoría fracasaría… y si lo dijera una autoridad presuntamente incuestionable, ¡cuánto mejor! Pero nunca defendí el pensamiento dogmático. Tiene que haber otra forma de reivindicar la mediocridad sin la decadencia que criticaba Nietzsche.



Remordimiento


«Esencia musical de mis versos inútiles, ojalá pudiera encontrarme como algo que hubiese hecho, y no me quedase siempre enfrente de la tabaquería de enfrente, pisoteando la conciencia de estar existiendo como una alfombra en la que tropieza un borracho, o una estera que robaron los gitanos y no valía nada.» (Pessoa)


¿Pero cuándo se volvió menospreciable vivir una vida ordinaria? Nunca en la historia de ninguna civilización fue tan lujosa la vida de la persona promedio en los países desarrollados. Una ducha con agua caliente, medios de transporte, alimento, medicina moderna, un lugar para vivir… Pero como bien indica la pirámide de necesidades de Maslow[3], las necesidades del ser humano no son estáticas, y van mucho más allá de vivir cómodamente. Ya no basta subsistir. Ya no basta la seguridad. No basta la comodidad. El progreso ha dejado a los hombres ordinarios con la más exquisita de las necesidades: el propósito. ¿Y cómo se espera que el progreso nos saque de este problema como nos sacó del anterior? La necesidad de propósito no se saciará con el desarrollo de la industria.

Aún falta mucho trabajo por hacer. Aún hay millones de personas que no viven con el confort moderno del hombre promedio, su seguridad, o sus nuevas necesidades. Pero la crisis de sentido de las zonas desarrolladas debería ser una advertencia de lo que vendrá. Cuando todo esté garantizado, cuando no haya que estudiar más años o trabajar largas horas para asegurarse de poder pagar el derecho de seguir vivo, ¿Cómo vamos a remediar la próxima necesidad, una más profunda e inextirpable? La autorrealización no vendrá con el progreso. No será más barata con el paso del tiempo. Nunca estará en oferta. Dedicar la vida a la seguridad, a ser suficiente, a no intentar, al confort temporal por tiempo indefinido—eso es vivir borracho. Quizás venga el día cuando nos encontraremos tropezando con la conciencia de estar existiendo, borrachos, y sea demasiado tarde. Demasiado tarde para volver a empezar, demasiado tarde para hacer lo que nos hubiera hecho realmente remarcables (¡o al menos ordinariamente felices!), y entonces no habrá más consuelo que la dulce confitería.

Pero si no existiese la libertad… sería demasiado tarde incluso antes de haber vivido, intentado y soñado, ¡Demasiado tarde para todos nosotros, exceptuando una diminuta minoría!



Aceptación


«Y el universo se me reconstruye sin ideales ni esperanza, y el propietario de la tabaquería se ha sonreído.» (Pessoa)


Este es el darse cuenta. El mirar hacia adelante y ver lo que podría ser, esperanzados; sólo para luego mirar hacia atrás y ruminar sobre lo que podría haber sido, arrepentidos. O (¡quién sabe!) quizás uno sí esté destinado a ser de aquellos pocos, los grandes personajes de las grandes historias: los Napoleón, los Voltaire, los Einstein; o uno de los miles y miles que cambiaron el rumbo de las cosas pero fueron olvidados para siempre por la historia miope.

Esta es la realidad finalmente aceptada por el hombre de la tabaquería, la realidad que los artistas románticos postrenacentistas trataron de expresar en sus cuadros. Cuadros de alguien ordinario en lugares ordinarios, sin ser particularmente atractivo, ni poderoso, ni sobresaliente; alguien como la mayoría de nosotros: que no es nada, nunca será nada, no puede querer ser nada, pero que tiene en sí todos los sueños del mundo[4].




Bibliografía primaria:

- Pessoa, Fernando: Tabaquería ( http://mural.uv.es/jocaji/pessoa.html )

- Nietzsche, Friedrich: El Anticristo (Libertador: 2008)

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